Cartas desde Barcelona
Mientras resuenan en las paredes del Camp Nou las proclamas de Joan Laporta afirmando que Dembélé «es mejor que Mbappé” y se reparten culpas y responsabilidades por elegir a Ousmane por encima de Kylian en el verano de 2017, Lionel Messi dio a entender el martes en el Parque de los Príncipes que la melancolía puede ser una de las peores frustraciones en el futbol profesional.
El Paris Saint-Germain derrotó el martes al Real Madrid en el Parque de los Príncipes y lo hizo catapultado por la magnificencia de un Mbappé indiscutible e inabordable mientras Messi, esperado a la hora de la verdad, completó un partido muy alejado de lo esperado.

Nunca se escondió en el campo pero a pesar de su papel incrustado en el centro del campo, no alcanzó a mostrar el repertorio que siempre, o casi siempre, ofreció en el Barça. Fallar un penalti fue apenas la guinda de un desasosiego que le acompaña en París y que enciende, o confirma, las dudas que despierta su presencia en un equipo donde no es el dueño que siempre fue.
Camino de los 35 años y a punto de cumplir 800 partidos oficiales repartidos entre Barcelona y PSG, el astro argentino se sabe en la recta final de una carrera monumental y plagada de títulos a todos los niveles, coronada en el plano personal con el séptimo Balón de Oro que celebró recientemente y que tiene en el Mundial de Catar a la guinda deseada, una obsesión cargada de responsabilidad y que a veces parece dejar en un plano secundario cualquier otro reto deportivo.