19 de Septiembre de 1985
Se derrumbó al instante, el olvido, la negación, y la “perfección” de la dictadura, para nacer el encuentro.
Nadie esperaba…ni la vida, ni la muerte, y de pronto el asombro; del yo nació el nosotros, la irrupción trepidante y oscilatoria de la dualidad eterna. Nadie, ni yo, ni los otros.
Ese día en que la tierra se movió, tuvo lugar el mayor encuentro colectivo en busca del otro. Un movimiento que no permitía pensar, irrumpió la normalidad de la mañana, solo vi a los adultos reaccionar, sin saber lo que pasaba ¡está temblando! Gritaron, mientras el televisor blanco y negro y de cubierta naranja (típico de los 80) perdía la transmisión, que años después sería recordar.
Nada parecía ser comprensible, el polvo blanco nublaba más nuestra mente, mientras preguntaban por los demás. El movimiento, fue dejando cuarteaduras, que luego fueron boquetes la caída de las vigas desnudaba los cuartos, que siempre pudieron ver el cielo. Rezos, suplicas y lamentos. Nada comprensible, nada que pudiera explicar lo que sucedía para un niño que solo miraba.
A la vista, también la nubla el movimiento trepidante y oscilatorio, el estremecimiento recio, eterno y sin prisa descubría nuestra vulnerabilidad, poco a poco, nos dejaba en la momentánea indefensión que supero con valor cívico el pueblo insurgente, sin su gobierno. Pronto sacaron a los que se quedaron atrapados, nadie murió. Pero las perdidas permanecieron.
No había escuela, ni trabajo, ni luz, ni agua. Había preocupación, rostros desencajados y pálidos de mis ascendientes que se enteraban poco a poco, a través de rumores, de sonidos de ambulancias, de aullidos de perros, del silencio que gritaba, del recuento de lo que cada quien había vivido, de la incomunicación, del asombro, de olor a polvo y a tierra, de los tanques de gas en el suelo, de ver la calle con grietas y banquetas levantadas, del desconcierto, de los recuerdos que se asomaban entre los escombros.
Había que regresar a los cuartos de la vivienda, que en aquella época tenía 60 años de haber sido construida, para ver el impacto del terremoto. Alguien encendió la radio una hora después de las 7:19 am con las pilas que se hicieron escazas como las velas, el medicamento y la comida. El radio que estaba sobre en un banco, concentro a la mayoría a su alrededor. Solo veía asombro, incredulidad y escuchaba comentarios alarmantes. Un conductor supe años después Jacobo Zabludosky narraba la caída de edificios, el colapso de hospitales y servicios, su voz imprimía dramatismo a lo que se vivía. Nadie parecía entender lo que estaba pasando.
Un boquete de más de metro y medio permitía pasar al patio del vecino, era ese el cuarto donde yo vivía. Donde el desayuno que estaba sobre la mesa se quedó esperando, lleno de polvo que cayó del techo. Revisábamos cada rincón, mientras nos enterábamos de la magnitud del temblor: 8.1 grados.
El último momento en la memoria, fue haber sacado a una perra de entre maderas y que al liberarla solo dio vueltas sin control. No recuerdo nada de lo que paso en el transcurso de la tarde y quizá como menor, no fui informado de muertes o desaparecidos, de fugas e incendios. Pero la réplica de la noche del 20, me hizo cobrar coincidencia de nuevo a correr, los gritos de advertencia se apoderaban del momento, los rayos en el cielo obscuro, las ambulancias, los aullidos de los perros y la gente rezando y llorando.
Mas tarde pasaban camionetas particulares con lámparas y sonido en la obscura calle, cerca del eje central Lázaro Cárdenas y Viaducto para pedir a los vecinos que durmieran en las banquetas por temor a las réplicas, por precaución, no sé. El vacío institucional se llenó al momento, el pueblo no necesito de su gobierno, la solidaridad y la fraternidad lo improvisaron todo, la toma del poder de facto, después de años de partido único, fue una especie de golpe de estado que provoco la indefensión y el pasmo del gobierno. En esas horas y días posteriores, la organización del pueblo lo llevo a superar la catástrofe.
Cobré conciencia al recibir algunos víveres, al ver campamentos de damnificados a mi paso, cuando meses después recibí clases en un cuarto de lámina en la calle. Pero quedo para la memoria, ese día en que se derrumbó el instante, el olvido, la negación del otro, y la “perfección” de la dictadura, para nacer del encuentro un México que vería décadas después un país distinto. En la búsqueda del otro, del compañero de escuela, de trabajo, del desconocido, del familiar se dio el encuentro más extraordinario de que se tenga memoria, nadie espero, solo actuaron para buscarse, para reencontrarse, no había clases, ni ideologías, ni religiones.
Ese día con el reconocimiento del otro, asistimos al derrumbe del instante, que nunca se fue, que no quiere irse y permanece para siempre.